 
            ¿Qué es el déficit ecológico? Cálculo y países bajo el punto de mira
 
            La idea de déficit ecológico nos recuerda algo incómodo: vivimos por encima de la capacidad del planeta para regenerar lo que consumimos y absorber lo que desechamos. El crecimiento económico y demográfico empuja; los límites biofísicos, también. Cuando los sobrepasamos, aparecen señales claras: degradación de suelos, pérdida de biodiversidad y tensiones sobre agua y alimentos.
¿Qué es el déficit ecológico? Definición y origen del concepto
En términos simples, hay déficit cuando nuestra huella ecológica —lo que demandamos en alimentos, energía, fibras, madera, espacio y absorción de carbono— supera la biocapacidad del territorio y de los mares para regenerar esos recursos. Es el punto en el que dejamos de vivir “de las rentas” de los ecosistemas y empezamos a consumir su capital natural.
Para entenderlo, conviene separar recursos no renovables (petróleo, cobre, litio) —finitos por definición— y renovables (madera, agua, biomasa) cuya disponibilidad depende de su tasa de regeneración. Si la velocidad de consumo excede esa tasa, entramos en terreno deficitario. Hoy, con una población que ya rebasa los 8.200 millones y se encamina a los 10.000 millones a final de siglo, esa tensión se agrava.
¿Cómo se calcula el déficit ecológico?
Existen dos grandes “reglas de medir” aceptadas globalmente:
- Nueve límites planetarios (Rockström y equipo, Centro de Resiliencia de Estocolmo). Evalúan procesos clave del sistema Tierra —desde el clima a los ciclos de nutrientes— y definen umbrales seguros. En 2009 ya se habían superado tres; en 2015, cuatro; en 2022, seis. En 2024 (COP16) se confirmó ese dato y se alertó de otros dos a punto de cruzar la línea.
- Earth Overshoot Day (Global Footprint Network). Señala el día del año en que hemos gastado el “presupuesto” anual de recursos; a partir de ahí vivimos a crédito ecológico. En 2025 se situó a finales de junio (24 de junio), lo que equivale a necesitar 1,8 planetas para sostener el consumo actual.
Técnicamente, el cálculo cruza demanda (consumos y ocupación de suelo por persona y país) con oferta (productividad biológica de tierras y océanos). El resultado, expresado en hectáreas globales, indica si un territorio es deudor o acreedor ambiental. No es perfecto, pero ofrece una brújula clara para políticas y empresas.
La importancia de la biocapacidad de residuos del planeta
La biocapacidad es el “motor de fondo” que hace posible la vida y la economía. Marca cuánta biomasa puede producir un ecosistema y cuánta absorción de residuos —sobre todo CO₂— puede realizar sin perder su funcionalidad. Cuando la presión es excesiva, ese motor se grip(a): los suelos se erosionan, los bosques pierden resiliencia y los océanos se acidifican.
Los datos que relacionan límites y respuestas del sistema son elocuentes: agricultura, silvicultura y usos del suelo generan el 23% de las emisiones; el 47% de los acuíferos se agotan más rápido de lo que se recargan; más de la mitad de los grandes ríos están afectados por presas; la capacidad de absorción de CO₂ de bosques y suelos habría caído alrededor del 20% desde 2015 por efecto del cambio climático. Son señales de que la biocapacidad se está reduciendo justo cuando más la necesitamos.
Para visualizarlo mejor, basta con revisar los nueve límites planetarios y su estado aproximado:
- Cambio climático (superado)
- Acidificación de los océanos (superado)
- Agotamiento del ozono estratosférico
- Ciclos de nitrógeno y fósforo (superado)
- Uso de agua dulce (cerca del límite)
- Erosión de la biosfera (superado)
- Cambios del sistema terrestre (superado)
- Contaminación química (superado)
- Aerosoles atmosféricos (cerca del límite)
Países en el punto de mira: Consecuencias del déficit ecológico
El Overshoot no llega el mismo día para todos. Los estilos de producción y consumo marcan diferencias:
- Qatar entra en déficit muy temprano (6 de febrero).
- España lo hace el 23 de mayo.
- Japón necesitaría más de “seis Japones” para sostener su consumo con recursos propios; China, más de “cuatro Chinas”; España, más de “dos Españas”.
Las consecuencias son concretas. A nivel ambiental: pérdida de hábitats, mayor exposición a sequías, inundaciones y olas de calor; degradación de suelos que compromete la productividad agrícola (ya hay 15 millones de km² degradados, creciendo a ~1 millón al año). A nivel económico: dependencia de materiales biológicos y minerales importados, volatilidad de precios, riesgos para cadenas de suministro y mayores costes de seguros e infraestructuras. A nivel social: desigualdades en acceso a agua y alimentos, desplazamientos y conflictos por recursos.
¿Se puede revertir? Sí, pero exige un giro decidido: restauración de ecosistemas, gestión sostenible del agua, cambio de dietas, eficiencia material, energías renovables y, en términos productivos, rediseño circular. La buena noticia es que cada punto de mejora en productividad biológica (reforestación, suelos sanos, océanos protegidos) aumenta la biocapacidad y reduce el déficit. A la vez, cada tonelada de emisiones evitadas alivia la presión sobre los límites.
El déficit ecológico no es una metáfora: es una contabilidad ambiental con saldo rojo. Reducirlo implica alinear consumo, tecnología y naturaleza para volver a vivir de los intereses del planeta, no de su capital.
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